…¡TORTOSA,
LA CAPITAL DE ESPAÑA!...
Mi hija Virginia
tenía ocho o nueve años. Habíamos disfrutado de las vacaciones veraniegas en la
Playa del Chupete de Gandía y, de
vuelta, trasbordado en Valencia al tren regional que nos llevaría a Tortosa.
Cuando Virginia supo que estábamos próximos a
la estación, alzó los brazos y estirándose cuanto pudo gritó con
fuerza: “¡Tortosa, la capital de
España!” El pasaje rió con ganas
y muchos aplaudieron.
Virginia ha
franqueado tres décadas y ha vivido en
Portugal, Brasil, Uruguay y ahora lo hace en Carolina del Norte (USA); por
medio, ha visitado multitud de otros países, pero sigue siendo una amante
acérrima de la ciudad que la vio nacer, con amigas tortosinas, algunas igualmente
viajeras como ella. Tortosa abre y cierra las válvulas de sus corazones entrañablemente.
Muchas veces he
recordado el gritó de mi hija y he pensado que si gente de La Puebla de Hijar,
de Villafranca del Bierzo, de Miyares en Asturias, o de Tomelloso,… diera uno semejante se fortalecería esta
España nuestra y tendría más vigor en los corazones de sus ciudadanos. Las
palabras diputación, provincia, región y no digamos autonomía o Estado tienen
valor político, pero carecen de la enjundia que la tierra chica despierta en nuestro
ser porque somos España por haber nacido en Cacabelos, Celorio, Garbayuela,
Archena o Azofra…
La televisión nos
trae y lleva de Madrid a Barcelona y vuelta con desvíos ocasionales, pero es
poco fedataria de la existencia de nuestros pueblos salvo que algún
acontecimiento --generalmente episódico o accidental-- interese, o crean los de la televisión que
interesa. Nuestros pueblos nunca bendicen la muestra de sus acontecimientos
perversos, y añoran la exhibición de sus excelencias y singularidades.
¿Qué costaría
reeditar aquellos programas territoriales que hacían país? A la entrada de los pueblos
norteamericanos puedes encontrar un cartel avisando de que en ese condado
(provincia) no hay médico, pero probablemente encontrarás un poste metálico terminado
en plancha rectangular que destaca el nombre de algún lugareño que
sobresalió o de alguna hazaña de sus
gentes que todavía hoy honra a la patria
común. Nuestros pueblos existen muy ignorados y a veces mueren sin tumba ni,
por supuesto, epitafio, pero los que existen
son España sin discusión, corazón y capital de España para siempre.
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