EL FILÓSOFO Y LOS PROFESORES
Semanas atrás se pedía que las mujeres cobraran
igual que los hombres, pero el arrebato disconforme de ahora alcanza a los profesores: los buenos no pueden cobrar lo mismo que los
peores. El terremoto consonante conduce a preguntarse si la idea se
ampliará a los políticos, los funcionarios de esto y de lo otro, los médicos y enfermeras de la SS… Se
levantan teorías sobre quiénes deben valorar la calidad, con gente que respalda
a la Hacienda o la Administración
General de Loterías... mientras casi todos se preguntan sobre si tienen
responsabilidad quienes te
diplomaron para ser profesional. Se descubre que el seísmo ha sido cosa de un
filósofo a quien encargaron elaborar un informe y la mayoría también se pregunta: ¿habrá
influido que los filósofos estén razonablemente resentidos porque la
filosofía desaparece de los planes de
estudio?
La Universidad de Harvard solía pagar poco si dabas
una conferencia en su recinto al asumirse que la categoría del lugar se trasladaba al orador y repercutiría en mayor
beneficio. Pero aquí las cosas son de otra manera porque nuestras universidades no figuran en el centenar de las
mejores, los institutos sabe Dios dónde quedan y los colegios… En nuestra
adorada España, las cosas no se evalúan como ahora se pretende: hasta el momento se han resuelto jugando a buenos y
malos – si llegaba el caso, utilizando
las tizas como proyectiles en la refriega educacional y dejando el
letrero de Burro para el
menos bueno.
El sosiego, la prudencia, aconsejan que nadie debe
mal emplearse fuera de su actividad principal; el filósofo, que también es definido en el diccionario de la RAE como hombre virtuoso y austero que vive retirado y huye de las distracciones
y de los lugares muy concurridos, hace muchísimo tiempo que en España vive machacado desde que le sustituyeron los
curas, los sociólogos después, y no digamos desde que los políticos han
prescindido del territorio de las ideas. Si les echamos del aula, puede que su reciclado final sea el de
escribir informes que agiten más de lo previsible las aguas de la
convivencia social. Y hasta puede ser
bueno me comenta Mefisto.
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