MOTOS
DE NIEVE, ¿DÓNDE Y PARA QUÉ?
En tres ocasiones la nieve
me inquietó y en Pensilvania dejó de gustarme. El motivo: el recorrido de mi
casa a la universidad (Penn. State Univ.) requería cinco minutos en coche, pero
aquel invierno había nevado tanto que tardé casi una hora en hacer el recorrido
y, al llegar, anduve entre los edificios por algunos pasadizos que alzaban más
de metro y medio de nieve. No fue lo peor. Cuando mi mujer me recogió para
regresar a casa observamos que no
echaban sal en la carretera sino carbonilla y los automóviles la salpicaban
unos a otros hasta cambiar su color a una especie de charol negro.
Al contemplar cómo está
España este invierno, he sentido más que simpatía por los conciudadanos que
viven incomunicados en las comarcas remotas, generalmente del norte. En
Brookings (S. Dak.), el tormentón no dejó las casas sin agua corriente porque el
ingeniero responsable del servicio fue despedido y sustituido por un fallo pequeño en el suministro, y
tampoco nos quedamos sin alimentos porque llamaban a nuestra puerta jóvenes
ofreciéndose para buscar en sus motos de nieve cuanto necesitáramos por unos
pocos dólares.
Ha sido noticia que un joven nuestro quedó aislado ocho días en una cabaña asturiana, pero fue rescatado por un
helicóptero. También que guardias civiles esquiaron tres horas para llevar
medicinas a la vecina de un pueblo aislado que las precisaba con gran urgencia.
En nuestra península hay motos de nieve
en Andorra, la Molina y Baqueira…, pero sólo para hacer recorridos
turísticos. Pienso que algunas Diputaciones o Consejos Comarcales deberían de
socorrer a las pequeñas poblaciones aisladas del resto del territorio; adquirir
una simple moto-nieve acercaría las medicinas que necesitan los enfermos y
podrían hasta aproximar un médico. Sería un gasto humanitario de sobra
agradecido y menos costoso que el generado por
otros procedimientos.
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