domingo, 14 de agosto de 2016

…en el diván están los humanos en lugar del perro


Lo ha escrito el periodista Jordi Pérez Colomé en El País a propósito de perros y psicólogos de caninos, y leyéndole, uno saca la conclusión de que estos animales padecen porque no sabemos comprenderlos o tratarlos; pasados unos meses, les deprimimos. Algunos humanos los medican como se medican ellos y el Sr. Pérez cierra con un enigmático: “Para algunos, el Prozac  funciona”.

Resultado de imagen de Fotos gratuitas del escualo de Groenlandia


¿Pero qué me dicen de los escualos de Groenlandia capaces de vivir de cuatro a cinco siglos, o  de la almeja de Islandia que supera los quinientos años; seguro que algún gourmet preguntará: ¿Y a qué sabe? Todo porque llevan una vida lenta, tan lenta que el primer kiki se lo echan a los 150 años de edad sin que se sepa cuánto dura. Hace tal frío en esos mares que el metabolismo y la vida celular son de un ritmo muy inferior. Si Josep Pla hubiera sabido de estas cosas no hubiera titulado La vida lenta a uno  de sus libros; hasta el loro de nuestros bisabuelos pasando de generación en generación parece ridículo ¡y dejemos en paz a nuestros centenarios! Nos sacan los colores. Y no tienen enfermedades mientras que entre nosotros abundan más que  el krill en los mares. Que aquéllos son únicos es decir poco. Nuestra memoria les resultaría  infantil si pudiesen leerla. Aquí la única vida lenta la lucen los políticos; sólo tienen  que abrir  un párpado para que les pongan pañales.







martes, 2 de agosto de 2016



Whitman, el tirador asesino
de la Torre de Austin


En la mañana del 1 de agosto de 1966, cuando Charles Whitman subió a la torre del reloj que coronaba la biblioteca de la Universidad de Texas en Austin, el autor de estas líneas estaba en el piso de Charles A. McBride, un colega profesor de español en la misma Universidad que había traducido a nuestro idioma  poesías de Robert G. Burns, habiéndome solicitado  que puliera su castellano.[i]

Estando en la casa de McBride  recibí una llamada de mi mujer comentando que algo grave sucedía en el campus. Al menos un tirador se había encaramado a lo más alto de la torre de la universidad, a 70 metros del suelo,  y disparaba a cuanta persona veía desde arriba, especialmente a quienes circulaban por la calle Guadalupe. Mi mujer estaba nerviosa porque nuestro alojamiento de Brazos St. estaba bastante cerca de la torre y no sabía nada de mí.

Se desconocía  el número de los matarifes --bien que desde un pequeño avión se observó que sólo era uno- y tampoco se podía cuantificar el número de las víctimas. El episodio veraniego se sumaba a otro ocurrido el 18 de julio del año anterior en el que Susan Rigsby y Shirley Ann Stark fueron asesinadas por el estudiante James C. Cross de 22 años --que el año anterior había salido una docena de veces con Shirley-- a quien las viajeras  habían solicitado usar su cuarto de baño para ducharse y aliviarse de los sudores del viaje desde Dallas al no tener listo su alojamiento hasta horas más tarde.

Charlie McBride me acercó a mi casa no sin riesgo.  Betty Jean –nuestras  bodas de papel se cumplirían veintiún días después-- me puso al tanto de las últimas noticias: que  se hablaba de muchos heridos y al menos diez muertos. Al final  supimos que los asesinados fueron 15 y 32 los heridos; en la víspera, había matado también a su madre y a su mujer; según dejó escrito las amaba, pero  quería  privarlas de los sufrimientos de este mundo y ahorrarles la vergüenza que les  produciría el conocimiento de sus acciones posteriores. Whitman había tenido trato con las armas desde niño aleccionado por un padre autoritario y fue un ex marine que obtuvo el rango de Eagle Scout: por cada bala, un caído.


Resultado de imagen de Imágenes gratuitas de Charles Whitman


Nadie mejor que Alberto Lacerda aglutinó la simbología del lugar y las sensaciones que el criminal había dejado en la comunidad universitaria. El amigo y laureado poeta mozambiqueño que fue profesor invitado de la universidad, escribió en el poema Austin-Texas ou Uma Homenagem Inesperada a Jean-Luc Godard[i]:

A torre é una máquina celibatária
Que mata com eficiência americana.

Ahora, 50 años después, acaba de permitirse a los estudiantes de Austin y de las otras universidades públicas de Texas que  lleven armas ocultas al deambular por el campus, al  ir a clase o entrar en los despachos compartidos por varios profesores. Texas es el octavo estado norteamericano que lo aprueba. Poco importa la opinión de quienes tienen  pensamientos críticos o vivimos aquello; nos queda llevar las manos a nuestras cabezas.

Whitman fue muerto por un pequeño grupo de policías y civiles que lograron subir a la torre;  el agente Ramiro  Martínez descargo las seis balas de su revólver sobre el sorprendido ex marine y recibió dos disparos en la cabeza de Houston McCoy. Antes de ser abatido, una multitud de civiles armados –muchos llevando el típico sombrero tejano para librarse del sol—se personó en el lugar y cercó la torre disparando desde abajo  sus pistolas o rifles, lo que sirvió para dificultar el trabajo asesino de Whitman y ayudar a la policía. No obstante, todavía hoy el recuerdo de aquella multitud disparando me da un miedo parecido al proporcionado por el  tirador de la torre.

La autopsia descubrió que Charles Whitman sufría un tumor cerebral agresivo que se había apoderado de él. Consciente de sus sufrimientos, aunque sin saber el motivo, dejó escrito en su diario: “algo no funciona dentro de mi”  y “he sido la víctima de pensamientos inusuales e irracionales






NOTAS.:

[i] El libro contenía los poemas de Robert Grant  Burns bajo el título Mundo Tranquilo (Quiet World) de cuya 1ª edición bilingüe me ocupé y se publicó en Orion, Madrid, 1967.

[ii] Alberto Lacerda, Selected Poems en portugués con traducción al inglés del autor, The Humanities Research Center,  The University of Texas, Austin, 1969, pg.. 88